
Duración total: media jornada
Distancia: Medinaceli – Villa La Dehesa 75 km
Medio de transporte: Coche

Aún tengo en los ojos los mosaicos de Medinaceli. Me ha sorprendido la delicadeza de los motivos, el detalle en las teselas, y sobre todo, esa sensación de que no eran solo decoración, sino lenguaje. Alguien quiso dejar un mensaje en piedra.
Mientras los contemplo, alguien menciona otro lugar: una villa romana muy extensa y apartada, en un rincón oculto de la provincia. No la conocía. La llaman La Dehesa, y se encuentra en Las Cuevas de Soria. Basta con oír “mosaicos” y “villa completa” para que algo se despierte en mí. Como si una puerta se abriera, quiero seguir esa pista.
Antes de seguir, me detengo a comer. En Medinaceli se come bien, y con calma. Me tomo mi tiempo. Luego, con la curiosidad ya encendida, parto hacia el norte.
Tomo la A-15 en dirección a Soria. El trayecto avanza entre colinas suaves y campos abiertos, bajo un cielo limpio. Me salgo de la autovía en la salida de Lubia. La rotonda me da paso a una pista forestal, eso sí, asfaltada, que se adentra en una tierra de pinares y silencio. Pronto alcanzo Navalcaballo, donde una nueva rotonda me orienta: tomo dirección Quintana Redonda. Voy atento: un desvío a la derecha me encamina hacia Las Cuevas de Soria, hacia la Villa Romana.
No esperaba lo que encuentro: una gran nave moderna cubre por completo la antigua villa. El conjunto está protegido y bien presentado, como si Roma hubiera decidido quedarse aquí, bajo techo.
Antes de subir a la pasarela, una pequeña exposición con paneles y objetos arqueológicos me recibe. Entre ellos, una recreación del arco romano de Medinaceli, un guiño directo a la historia común que une estos dos lugares. No es solo un detalle decorativo; es un símbolo de la conexión entre territorios y tiempos que el viaje pone en diálogo.
La pasarela elevada permite recorrer la villa desde arriba, apreciando su planta rectangular, con más de treinta estancias distribuidas alrededor de un patio central ajardinado. Desde esta altura, los mosaicos se muestran como mapas antiguos: figuras geométricas, motivos decorativos, fragmentos de un mundo lejano.
Pero lo mejor aún está por venir.
Solo con guía se permite el acceso a pie de mosaico, por el interior del yacimiento. Y es allí, al bajar, cuando el lugar se transforma. El jardín central cobra vida. Los suelos decorados aparecen al nivel de tus pasos, con un detalle imposible de captar desde la altura. Las proporciones de las habitaciones, el trazado de los pasillos, las termas al fondo… Todo cobra escala humana. Estás dentro de una casa romana, no solo mirándola desde fuera.
Mientras camino por los senderos marcados, guiado por quien conoce cada rincón, me doy cuenta de algo: no es solo un lugar bonito o bien conservado. Es un espacio que transmite una forma de vivir. Un equilibrio entre lo funcional y lo bello. Entre la naturaleza y la arquitectura. La diosa Magna Mater, que inspira todo este proyecto, no es solo un símbolo. Aquí parece estar presente, en el silencio templado del interior.
Regreso a Medinaceli por el mismo camino: el desvío hacia Navalcaballo, la rotonda, la autovía. Pero ya no regreso igual. Entre los mosaicos de Medinaceli y la villa de Las Cuevas, he sentido algo más que una lección de historia. Es como si hubiera caminado entre ruinas vivas, como si el tiempo, por un momento, me hubiera dejado entrar.