
Desde tiempos medievales, Medinaceli ha sido más que un lugar: ha sido símbolo, escenario y fuente de inspiración. Su historia, su paisaje y su papel como cruce de caminos han dejado huella en la literatura española, desde epopeyas como El Cantar de Mio Cid hasta novelas contemporáneas. Este espacio está dedicado a explorar su presencia en la literatura, destacando las obras que la han nombrado o tenido como escenario.
Propuesta literaria
¿Conoces un libro o autor
que mencione la Villa?
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Textos y miradas sobre Medinaceli
Medinaceli aparece mencionada en El Cantar de Mio Cid, la gran epopeya medieval de la literatura española. Según el poema, el Cid y su mesnada pasan por la villa en su camino hacia el exilio, lo que convierte a Medinaceli en un punto simbólico entre la tierra que deja atrás y la aventura que comienza.
Algunos estudiosos han planteado que el autor del poema pudo ser un juglar oriundo de Medinaceli, dada la precisión con que se describen la zona y su entorno. Aunque no hay pruebas concluyentes, esta teoría añade un valor especial a la relación entre la villa y la literatura.
Hoy en día, fragmentos del Cantar pueden encontrarse grabados en monolitos de piedra y en placas repartidos tanto por el casco histórico de Medinaceli como en el Parque del Cid, invitando al visitante a revivir el paso del héroe por estas tierras.
En su poema “Medinaceli, ciudad del cielo”, Gerardo Diego describe a la villa como un lugar sublime, entre lo terrenal y lo divino:
«Medinaceli, ciudad del cielo,
Medina diamantina, inolvidable
a las mesnadas, y a los ángeles abierta.
Ciudad dormida, despierta
y abre tus alas plegadas,
que tienes ancha la puerta.»
Medinaceli en la Plaza Mayor
El legado de Gerardo Diego sigue vivo en las calles de Medinaceli. En la Plaza Mayor, los visitantes pueden encontrar azulejos que reproducen el poema “Medinaceli, ciudad del cielo”, permitiendo que las palabras del poeta se mantengan presentes en el mismo lugar que inspiraron. Estos azulejos no solo representan la conexión entre la poesía y el pueblo, sino que también sirven como un recordatorio tangible de la relación entre Medinaceli y la literatura que ha dejado huella en la historia.
En su obra «Obras Completas», José Ortega y Gasset describe Medinaceli como un lugar de extraordinaria belleza y simbología. En un evocador pasaje, señala:
Y sobre la alta sierra frontera, ¿qué es aquello en lo más alto? Una ciudad imaginaria, plantada sobre la cima horizontal allá en una altura terrible. Es Medinaceli, la patria del cantor de Mio Cid. La vemos desde tres o cuatro leguas, con su magnífica iglesia en medio, en luminosa, radiante silueta recortando el firmamento. Es una formidable alusión de heroísmo lanzada sobre seis leguas a la redonda.
Medinaceli se presenta así como un símbolo de heroísmo y fortaleza, con su iglesia destacando en el horizonte como un faro. Hoy, al recorrer sus calles, podemos revivir esa majestuosidad y sentirnos conectados con la historia que Ortega tan acertadamente plasmó.
En uno de sus artículos de viaje, titulado Con Don Quijote en Sigüenza y publicado en El Imparcial en 1916, Miguel de Unamuno dejó una de las descripciones más singulares del paisaje de Medinaceli:
¡C’est un paysage planetaire! ¡Es un paisaje planetario! Así me había dicho una vez uno de los conservadores del Museo del Louvre que desde París fue a caer en tren sobre Medinaceli en busca de Grecos. Y así, como el de Medinaceli, deben de ser los paisajes de la Luna, de este nuestro dulce satélite limpio de humanidad. Es un paisaje ascético, pero no exento de cierta recia y picante voluptuosidad. La ascesis no excluye cierto epicurismo, más bien lo encarece y lo refina y esmera. El anacoreta sazona alguna vez con guindilla su pobre colación de yerbas y se regodea en el picante.
Unamuno, con su estilo reflexivo y profundo, vio en Medinaceli un lugar de belleza sobria, casi mística. Un paisaje lunar, puro, que invita a la contemplación. La imagen que traza va más allá de lo geográfico: expresa una forma de entender Castilla, su espiritualidad austera, su fuerza serena.
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Hoy, desde lo alto de la villa, el visitante puede contemplar ese mismo horizonte que inspiró a Unamuno, silencioso y vasto, y reencontrarse con esa soledad elevada que tanto valoró el escritor.
En su novela Sidi (2019), Arturo Pérez-Reverte retrata al Cid como un líder errante en tierra de nadie, entre reinos enfrentados. Aunque el autor evita fijar lugares concretos
Si digo que estaba en Medinaceli, me dirán que no es cierto.
Advierte en una entrevista en caminodelcid.org ,la villa sí aparece mencionada como escenario de un combate singular entre Rodrigo Díaz y el guerrero sarraceno Utman Alkadir.
De este modo, Medinaceli se cuela en la novela como uno de esos grandes escenarios fronterizos, donde la historia se funde con la leyenda. Caminar hoy por sus calles es revivir un mundo de gestas, incertidumbre y épica que sigue inspirando a la literatura.
La novela nos sitúa en los primeros años de la Reconquista. En este contexto de lucha por el territorio, Medinaceli aparece como una de las localidades afectadas por las incursiones cristianas en tierras bajo dominio musulmán. La referencia es breve, pero significativa:
En Sigüenza incendiamos los campos cuando faltaban pocos días para la cosecha y lo mismo hicimos en Medinaceli, donde además obtuvimos un cuantioso cargamento de sal.
Medinaceli formaba parte de una zona de frontera, ubicada en un punto estratégico a lo largo del valle del río Jalón, vía natural de comunicación entre el centro y el noreste peninsular. Su importancia no solo era militar, sino también económica: la sal, bien muy valorado en la época, reforzaba su papel clave en la región.
Esta mención literaria, aunque puntual, refleja el peso histórico de Medinaceli como cruce de caminos, frontera viva entre culturas y territorios en disputa.